Palabras ordenadas con algún fin más o menos indefinido (o lo que vienen a ser mis sirocos de juventud)

domingo, marzo 27, 2005

El Tunel II

Sorprendido, miro hacia atrás, muy pocas personas, demasiada gente. Reflejos cada vez más apagados, pasos cada vez más débiles hasta llegar al silencio. Me vuelvo a girar y ya no hay nadie delante mio. Giro la cabeza como un relámpago y todo el mundo ha desaparecido. La luz de la sala de maternidad está ahora apagada y a mi izquierda el espejo refleja vastas praderas de colinas verdes, huelo el aroma del jazmin y los azahares y hasta oigo a los pájaros entonar cantarinas melodías. Siento el calor del sol sobre mi piel, y me veo cegado por un momento. Cuando abro los ojos te encuentras allí, de mi mano y sonriente. No se que ha sido de la gente que caminaba ausente, ni de los que descansaban perennes, ni de los viejos bebes. Tampoco veo bombillas tenues, ni hay rastro del tunel, ni de su espejo. "Tal vez haya cruzado el espejo y haya pasado a otra dimensión"-pienso. Sin embargo, cuando vuelvo en mí de mis divagaciones, me encuentro en tu sofá, contigo sobre mi pecho, sonriéndome y me preguntas "¿En qué piensas?"- Te aprieto la mano y te susurro -"Me has cambiado la vida"

Te quiero peke

sábado, marzo 19, 2005

La ciudad es un mundo

Diario 16: 07-01-2001 La Ciudad de los Muertos

En la Ciudad de los Muertos los niños se esconden tras las lápidas y ríen. Una mujer tiende su ropa sobre las tumbas, sobre tierra de difuntos, y un hombre espera sentado en la puerta de un mausoleo fumando un narguile. Esa es su casa.
En El Cairo, la ciudad ha devorado al cementerio y hombres y mujeres lo habitan, como muertos vivientes, pobres y orgullosos. Los alminares derraman versos del Corán sobre El Cairo mientras un taxi toca el claxon para no atropellarme. Cada ciudad tiene su ciudad de los muertos. Hoy visité la de El Cairo. Sus habitantes no aparecen en las estadísticas del Fondo Monetario. En el Banco Mundial no les dan crédito. En unos países sus habitantes aspiran pegamento. En otros se esconden de escuadrones de la muerte. Las sombras de la ciudad de los muertos no son invitadas a las cumbres de Seattle y Praga, ni tienen delegados en la ONU. Quizás un día sea el cementerio el que inunde la ciudad. Serán los muertos los que reclamen lo que les pertenece, hartos de preguntarse si hay vida antes de la muerte. Entonces los muertos atracaran las diligencias del FMI y ocuparan los palacios y las Moncloas.
En El Cairo un barco remonta el Nilo como un animal cansado. Miles de coches tocan su claxon mientras los muertos duermen su siesta. Otros toman un té. Descalzos, los muertos caminan despacio, toman autobuses, te ofrecen un cigarrillo egipcio Cleopatra, te sonríen desde el otro lado de la acera. Un niño muerto con los ojos abiertos como una noche te saluda y se esconde tras el mausoleo. Los muertos viven con calma y su vida cruza la autopista, atraviesa alambradas y pronto desbordara todo el cementerio cubriendo por completo la ciudad. Quizá sea pronto. Inch"Allah.

-Ismael Serrano-

domingo, marzo 06, 2005

Soñé con Egipto

Sueño con despertar entre colosos dormidos en sus altos tronos, sobre un suelo de fina arena blanca. Allí cruzaré un entramado bosque de altas y poderosas columnas de granito, las paredes lejanas me hablarán de dioses que un día fueron reyes de los hombres, de oscuras maldiciones y de magníficos tesoros ocultos en tumbas aun por descubrir. Bajaré agachado hasta quedar exhausto, y una vez abajo, contemplaré el descanso de quien mandó construir esa escalinata hacia el cielo, escalinata que un día habrá de bajar, según el mismo le dijo a su pueblo, que siempre lo esperó.
Al salir, el sol volverá a cegarme, y bajo sus rayos me adentraré en la inmensidad de un mar de dunas. Cansado, sediento y con paso torcido y zigzagueante, caeré de nuevo sobre mi lecho de arena y cuando los rayos de Ra me vuelvan a cegar aparecerá ante mí resplandeciente, un beduino vestido con chilaba y turbante, subido a la jiba de su dromedario y me dirá "Acompáñame, effendi". En un oasis refrescante me tumbaré en la orilla de un pequeño lago de cristalinas aguas y beberé de ellas tanto como pueda. Volveré a dormirme. Y cuando despierte pasaré por entre las palmeras cargadas de dulces y jugosos dátiles, y tras ellas se abrirá una calle estrecha formada por casas pegadas todas de color blanco, de adobe y madera y con pocas y estrechas ventanas. A cada lado multitud de pequeños pasillos que subiran y bajaran y darán vueltas a más casas iguales, pero únicas entre si. Será de noche y tras las sombrás me acecharán al menos 40 ladrones armados con retorcidas dagas envenenadas.
Avanzaré despacio, asomándome con cuidado antes de cruzar cada esquina, pero un pequeño mono me delatará a los nazis de la ocupación, y huiré, ya de día adentrándome en un gran bazar repleto de gente. La poderosa melodía del almohacín pondrá música de fondo a mi huída a empujones mientras que tragasables y escupefuegos se interponen en mi camino. En una pequeña plaza innumerables cestas de mimbre cargadas sobre las delgadas y morenas espaldas me harán menos visible, mas una mano tirará de mi brazo y me meterá en una de las casa blancas. Y allí unos ojos morenos tras un velo morado me sonreiran mientras me conduce a un lugar seguro. Allí, en una habitación con las ventanas entreabiertas y el techo repleto de sedas preciosas colgantes y un camastro amplio y fresco, me tumbaré mientras ella comenzará la danza del vientre.
Pero entonces entrarán los guardias del palacio con esos gigantescos sables, y me lanzaré por la ventana equipado con mi sombrero y mi látigo; con el me agarraré a un mástil pero aun así me precipitaré al vacio rompiendo toldos por doquier que amortiguarán mi caida, sobre un puesto de frutas y especias. Y correré y correré mientras que me persiguen nazis y guardias de palacio y vendedores y maridos enfadados, a lomos de camellos y dromedarios, y Ramses corriendo rapidísimo en su carroza lanzándome flechas de dos en dos; entonces aparecerán mis amigos, rescatándome sobre una alfombra mágica, una nube me hara caer de la alfombra y volver a mi asiento, en el autocar a Madrid, junto a mi amigo Paco y con el resto de amigos que empiezan igual de ilusionados que yo esta aventura de viajar a Egipto. Cada uno se la imaginará de una forma, yo siempre la imaginé más o menos así.