El elefante y la estaca
Un día, hace ya bastantes años, llegó a mi pueblo un circo, pero no un circo como los que solían ir al colegio, cuyos payasos contabas chistes y cuyos magos hacian trucos que ya conociamos todos por el magia borrás. Un circo con una gran carpa, gigantesca, de colores azul, blanco y rojo y con una bandera americana en la cumbre de la misma.
Mis hermanos y yo suplicamos a nuestra madre que nos llevara a ver la función, todos los niños del pueblo iban a ir, y no podiamos quedarnos nosotros fuera, y mi madre, que es la mejor del mundo, no solo nos llevó sino que además nos hizo palomitas.
Una vez comenzado el espectáculo cada actuacion nos sobrecogía y entusiasmaba más que la anterior, escupefuegos, acróbatas, malabaristas, payasos, ilusionistas, equilibristas... pero lo que más ganas tenia de ver eran los animales, que siempre me habian apasionado. Pasaron los fieros leones, los graciosos monos, de nuevo con los payasos, perros futbolistas y encantadores de serpientes.
Pero sin duda, el animal que más me impresionó fue el elefante, tan fuerte y a la vez tan inteligente, sin embargo, veía tristeza en sus ojos y me contagió un poco de esa tristeza a mi también. Recuerdo, y esto se me quedó grabado, que al salir del circo, con todo el griterío de niños comentando el espectáculo, vi a un joven cuidador atando el elefante a una estaca clavada en el suelo con una cadena. Le pregunté a mi madre y a mi hermano mayor porqué un animal tan fuerte, capaz de derribar un árbol adulto, no arrancaba sin más la estaca del suelo y trataba de huir del circo en el que estaba tan triste, pero ninguno de los dos me supo dar una respuesta coherente bajo mi punto de vista.
Después de eso, leí libros, vi documentales, pregunté a profesores de ciencias y nadie pudo saciar mi duda. Pasaron los años y se me olvidó.
Un día, cuando creía que los circos habian desaparecido, el mismo que me entusiasmó tanto de chico volvió a mi pueblo. Pero la carpa me pareció mucho más pequeña, además estaba plagada de parches, muy descolorida y con la bandera americana algo agujereada. Me dí una vuelta por el campamento de los artistas, y encontré a mi viejo amigo, que seguía atado a la misma estaca. Le acaricié la trompa buscando con la mirada al joven cuidador que lo ví atarlo la última vez, y preguntando me señalaron una caravana en la que me abrió un hombre mayor, que parecia mayor aún de la edad que debia tener, pensé.
Me presenté y le pregunté por el animal, que resultaba llamarse Babar. Según el cuidador, Babar llevaba en el circo desde que era un bebé, y ante mi pregunta sobre porqué un animal tan poderoso se veía sometido por una insignificante estaca me dijo que Babar una vez si trató de liberarse. Tiró de las cadenas cuando era solo una cría de elefante, y apenas podía con uno de aquellos gruesos eslabones, incluso paso días enteros tirando y tirando, tratando de zafarse de aquella prisión. Pero un día se dió por vencido. Se encontró tan agotado que decidió que no era rival para aquella estaca y que nunca sería capaz de arrancarla. -"Nunca lo intentará"- Me dijo el cuidador, y acariciando la trompa de mi amigo Babar por última vez, volví a ver tristeza en sus arrugados ojos. -"Ojalá tuviera valor y se enfrentara a esa maldita estaca"- Pensé, volviendo a mi casa.
Este cuentecillo me lo contó mi amigo Cone, y el lo leyó en un libro llamado "Déjame que te cuente" de Jorge Bucay, sin duda lo leeré pronto. Dedico este artículo a mi amiga Nuria.
Nota: Este post es una aproximación bastante ridícula del cuento escrito por Bucay, no le hace justicia aunque lo que me llamó a escribirlo sin haberlo leído entonces, fue el maravilloso mensaje que porta y espero transmita. Por ello y ahora con conocimiento de causa, recomiendo la lectura del libro en cuestion (ya lo he leído).